Ningún ser humano tiene medios ni tecnología para producir ningún tipo de alimento.
Son las plantas quienes a partir de piedra, tierra, agua, aire y energía radiante, pueden hacer el milagro alquímico de crear manjares.
Y en su grandeza, las plantas, enlazadas en una especie de matrimonio con los hongos, ofrecen sus cuerpos, frutos y semillas al resto de seres vivos.
Por eso pienso muchas veces que somos hijos de las plantas y los hongos.
Tiendo a pensar que en su día, los animales, fuimos creados por las plantas y por eso nos alimentan con enorme generosidad. Ellas nos crearon para que fuésemos nosotros, los animales, quienes les ayudemos a completar sus ciclos biológicos a cambio de los alimentos necesarios para poder lograr tal desempeño.
Cada vez que veo una flor, perfectamente diseñada para atraer a un determinado tipo de insecto, imitando incluso su forma, colores y olores , me recorren mágicas ideas que dan sentido a la versión del mundo en la cual, todos los animales somos hijos de las plantas..
Alcanzar esta comprensión me llena de admiración hacia las plantas y de paz hacia el mundo.
Aunque los humanos industrializados, al perdernos en el mar de ignorancia que genera la soberbia que exhalamos hacia la naturaleza, hemos olvidado que la comida es gratis, igual que el agua, el aire, el cobijo, la salud...
Al darle la espalda a los bosques y a la naturaleza, que son la única factoria prodigiosa del mundo, hemos renunciado al paraíso y por ello hemos de partirnos la espalda trabajando como esclavos de nuestra propia ignorancia enraizada en la soberbia vestida de sofisticación mayormente estéril y tóxica.
Un simple cesto lleno de olivas expresa todo lo aquí escrito, aunque para poder comprender el mensaje implícito de las plantas, es preciso vaciar la mente de sobervia, y bajarse del ilusorio caballo de superioridad desde el que el ser humano pretende colocarse por encima de las diosas de este mundo, las plantas, las embajadora de la naturaleza y fuente de de vida.
Salud y PuraVida